La mundialización de la economía ha estimulado la necesidad de comunicación en otras lenguas, dando lugar a un fuerte crecimiento del sector de la traducción y de la interpretación. La práctica masificada de al menos otro idioma aparte del materno, consecuencia de dicha mundialización, ha ido dibujando una imagen muy distorsionada del traductor, reduciéndola a una mera circunstancia lingüística: saber más de un idioma entronizaría a cualquier hablante a la categoría de traductor profesional.
Esta necesidad de traducciones e interpretaciones de calidad surge durante los Juicios de Nuremberg dada la importancia capital que revestía el proceso de traducción e interpretación de un material altamente sensible, llevando a la creación, a estos efectos, de la Escuela de Intérpretes de Ginebra en 1941.
Por lo que, esta creciente necesidad de traducciones de calidad en general llevó a que las universidades decidieran dar apoyo institucional a la profesión. Así es como, en los setenta, se crearon las primeras escuelas universitarias de traductores e intérpretes (EUTI), en la Universidad Autónoma de Barcelona (1972) y la Universidad de Granada (1979).
Hoy en día, aparte de contar con el respaldo de una formación universitaria específica, el traductor profesional suma competencias informáticas, conocimientos culturales extensos y un proceso permanente de actualizaciones y formaciones complementarias cada vez más especializadas, realidades todas que le alejan y le distinguen fuertemente de la imagen simplificada evocada anteriormente.
En los últimos años, ante la ausencia de un marco legal regulador propio, se ha venido exigiendo la creación de un colegio profesional que vele y regule la profesión de traductor e intérprete. Por otro lado, las normas de calidad europeas recogen desde el 2015, en una norma específica para servicios de traducción (la UNE-EN ISO 17100:2015), todo el proceso de trabajo y perfiles implicados en la traducción y revisión, asegurando la calidad de la traducción final.
Finalmente, las distintas asociaciones de traductores han dado forma a un código deontológico en el que se establecen bases que garanticen la buena praxis y la calidad de la traducción. En ellos se recogen reflexiones sobre aspectos como:
¿Se debe aceptar una traducción sabiendo que no está especializado en la materia o que no cuenta con la certificación necesaria?
¿Qué se hace con un término que no tiene una traducción exacta? ¿Se deja sin traducir? ¿Se elimina esa parte del texto?
¿Se debe traducir el lenguaje ofensivo?
¿Se pueden comentar los textos de traducción de clientes fuera del ámbito laboral?
En Gabinete Internacional de Traducciones creemos en la importancia de la ética laboral y continuamos realizando el trabajo de una forma honesta, transparente siempre al servicio y a la escucha del cliente.