Menos espectacular y mediática que la degradación de la biodiversidad, la degradación de la diversidad lingüística amenaza, sin embargo, con destruir uno de los testimonios más ricos y complejos del conocimiento humano.
Se hablan 7.000 lenguas en nuestro planeta, pero la mitad de ellas podría dejar de existir antes de finalizar este siglo. Cada desaparición conlleva la pérdida irremediable de una particular visión del mundo, así como de una parte de la historia de una población determinada. Se calcula que unos diez idiomas “enmudecen” cada año, la mayoría de ellos cuando el último hablante desaparece.
Pero esta no es la única razón por la que se extingue un idioma.
Las islas de Papuasia en el suroeste del Océano Pacífico, cuna de cientos de lenguas, son un territorio directamente amenazado por el calentamiento global. El crecimiento acelerado del nivel del mar y las consiguientes inundaciones de las islas son responsables de la migración de muchas poblaciones que perderán gradualmente su idioma al llegar a sus nuevos entornos lingüísticos.
El impacto medioambiental, pero también ciertas políticas lingüísticas y los procesos coloniales, han contribuido o contribuyen al empobrecimiento lingüístico gradual de nuestro mundo.
Frente a esta situación, varias iniciativas se han puesto en marcha a distintos niveles, (académico, asociativo, gubernamental), algunas para proteger y salvar cuando todavía es posible, otras para no olvidar, como el proyecto Pangloss, creado por el Centro Nacional de Investigación Científica en Francia, una suerte de Arca de Noé de los idiomas a modo de archivo abierto multimedia, en el que se recogen grabaciones y transcripciones de aquellas lenguas, de tradición oral la mayoría, destinadas a desaparecer.